La felicidad de dar felicidad

Hoy voy a pecar de un exceso de auto-referencia, pero hace días vengo pensando en la suerte que tengo de trabajar de algo que me hace tan bien, y quiero compartirles el por qué.
Estas semanas he estado trabajando mucho, ha llegado mucha gente nueva. Constantes nuevos desafíos y objetivos que alcanzar. Y aunque llego muy cansada al final del día y me cuesta levantarme temprano, termino cada día laboral con una sonrisa.
Aunque a veces cueste y me devane los sesos por horas para llegar al tratamiento adecuado, ver como la gente se va mejor de lo que llegó es muy reconfortante, y saber que mi trabajo es justamente ese, colaborar para que la vida de esa persona sea un poquito mejor, a veces mucho mejor, es algo inigualable.
Lograr que esa persona salga de la sesión con otro brillo en los ojos, otro color en la piel, ver sus expresiones de sorpresa y felicidad cuando mejoran notablemente en el transcurso de la sesión. Escuchar las cosas que han hecho, o lo que han logrado cambiar, cómo se logran posicionar ante la vida de otra manera, las ganas de seguir avanzando, de estar bien. ¡Eso haría feliz a cualquiera!
Mis consultantes me conmueven, me cuentan sus historias, deseosos de que alguien los contemple en su totalidad y no por pedacitos. Ellos sienten que todo está relacionado, y cuando se les explica cómo y por qué, ellos mismos arman su mapa, entienden su proceso de evolución hacia la dolencia que sufren. Y pueden comenzar a desandarlo.
No dejo nunca de aprender de estas experiencias.
Sé que si no hubiera encontrado este mundo de medicinas ancestrales igual hubiera buscado la forma de emplearme en algo que diera como resultado algo positivo, pero me siento inmensamente afortunada de haber empezado este camino desde tan joven, tengo muchos muchos años para seguir profundizando, aprendiendo, creciendo. No puedo esperar a hacer esto el resto de mi vida.
Al respecto deseo que todos nosotros, trabajemos en lo que trabajemos, terminemos cada día con una sonrisa. Deseo que desde donde podamos hagamos el día de alguien un poquito mejor, que cada persona con la que nos encontremos se lleve algo positivo, aunque sea algo diminuto. Esto no significa que para no amargarse o amargar haya que mirar para otro lado ante las injusticias del mundo, todo lo contrario, tenemos que ser capaces de ver lo oscuro para poder aportar luz. Lo que negamos es lo que más nos agobia y nos termina atrapando.
Y duele, claro que duele ver la vida como es. Ver al otro y ver lo que le pasa, entender su situación, sentir su dolor. Sería muy fácil ver nada más que lo bonito, pero eso también sería falso, sería vivir una mentira. Y las mentiras nos matan, nos enferman.
Esa frase tan conocida que dice "una vez que abrís los ojos ya no es posible volver a cerrarlos" es muy cierta. Una vez que miramos al otro y entendemos, ya no nos podemos hacer los distraídos, los que no sabemos, ya no podemos decir que el otro sufre porque quiere, porque hizo las cosas mal, o -peor aún- porque se lo merece. Ya no se puede.
En este ámbito de terapias y disciplinas energéticas se sabe que lo único que está realmente en nuestro poder es actuar sobre nosotros mismos, nadie puede obligar al otro a cambiar, a ser como nosotros quisiéramos que sea. Pero eso no significa que el camino sea individual. Muchos opinan que lo único que está en nuestra mano es "dar el ejemplo", pero creo que eso es separarse del resto y muchas veces es acomodarse en un pedestal creyéndose más "evolucionado" que los demás, y eso no le sirve a nadie. Ningún camino desmerece a otro, las situaciones no son las mismas para todos, y debemos ser capaces de ver desde otras perspectivas, no sólo la propia.
De ningún modo el camino es meramente individual. Somos seres sociales, vivimos en sociedad, interactuamos permanentemente con los demás, y todos influimos en todos. No es sólo el camino espiritual el que importa, somos más que energía, también somos nuestras relaciones, somos nuestro entorno, somos nuestras manos, nuestras voces.
Ofrezcamos soluciones, y si no las encontramos, al menos ofrezcamos acompañamiento, ofrezcamos conversación, escuchar al otro, mirar al otro, reconocer al otro. A veces eso es lo que más se necesita, ser reconocidos, ser vistos. Ya estamos todos demasiado solos como para seguirnos invisivilizando.
Vivamos de tal modo que cada día hayamos hecho algo para que la vida de los que se cruzan en nuestro camino sea un poco mejor de lo que estaba. Que no es poco.